«Ataúlfo, Sigerico, Walia, Teodoredo, Turismundo, Teodorico…» y así hasta completar la lista de los 33 reyes godos, se planteaba como una prueba memorística que se suele poner como ejemplo de reducir la enseñanza de la Historia a una enumeración de nombres, datos y fechas. Aprenderse la tabla de multiplicar, generalmente cantando, los afluentes de los ríos de España o las cordilleras, eran otras formas de aprendizaje de la pedagogía denominada «tradicional», que se basaba casi exclusivamente en la memoria, en la pasividad, en la repetición acrítica de contenidos preestablecidos, en el autoritarismo, etc., que se suele contraponer a la pedagogía llamada «progresista» (escuela nueva, escuela activa, pedagogía reformista…), que, partiendo de las ideas de Rousseau, de Pestalozzi, de Montessori o de Piaget, pretende responder a las necesidades del individuo y desarrollar todas sus potencialidades y, al mismo tiempo, mejorar la sociedad, haciéndola más libre y tolerante.
¿A qué viene este pequeño repaso de historia de la Pedagogía? Hace unos días leí una entrada en el blog Profesor en la Secundaria titulada El papel de la memoria en el aprendizaje en el que se plantea la aparente contradicción entre memoria y aprendizaje. Y digo aparente porque como ya comenté en otro artículo (Lo que un docente debe saber sobre la memoria) no hay inteligencia sin memoria. Y no hay verdadero aprendizaje si no somos capaces de utilizar inteligentemente la memoria, lo que hemos experimentado, lo que hemos interiorizado. La cultura, esa amalgama de conocimientos que van pasando de generación en generación, no existiría sin una memoria individual y, al mismo tiempo, colectiva.
En un mundo en el que los conocimientos (quizás sería más apropiado decir la información) se van multiplicando de manera vertiginosa, en el que Internet o Google son herramientas imprescindibles, en el que existen cientos, miles de páginas sobre cualquier tema, muchas de ellas de Universidades y centros de estudios, parece innecesario tener que memorizar cualquier información cuando con un solo click y en muy pocos segundos accedemos a miles y millones de datos.
Tengo alumnos de Bachillerato que cuando les pregunto su DNI o el teléfono de sus padres tienen que utilizar el móvil y buscarlo, porque no se lo saben (aunque también es verdad que son capaces de aprenderse una canción en inglés que les gusta con solo escucharla dos o tres veces). El problema fundamental es que memorizar supone un esfuerzo y cuando hay que esforzarse en realizar una tarea que no nos gusta o que consideramos innecesaria, procuramos encontrar cualquier excusa para no hacerla: levantarse temprano, hacer la cama, ayudar en las tareas de casa, estudiar… Y llegado el momento, sólo la imposición o la amenaza (llámese suspenso o castigo) logran algún resultado.
Encontrar la forma de que nuestros estudiantes consideren que el aprendizaje, la cultura, el conocimiento, el saber, los hará más libres, más completos, más humanos. Encontrar la forma de emocionarlos con nuestra enseñanza y con su aprendizaje (Aprendemos lo que hacemos y lo que nos emociona). Esa es la auténtica tarea del docente, su principal reto. Y hacerles ver que aprender sin memoria es imposible y que cuanto más se utilice, más fácil será el acceso al conocimiento.
Recomiendo, porque en él se explica muy bien todo lo que he expuesto, la lectura del artículo mencionado con anterioridad: El papel de la memoria en el aprendizaje.
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