Por fin ha llegado el tan ansiado y a la vez tan temido día de mi jubilación. Debería ser un momento de balances, de recuerdos, de emociones, de agradecimientos, pero os aseguro que sería un texto excesivamente amplio, porque cuarenta años de trabajo dan para mucho. Intentaré recoger sólo una pequeña parte de lo que ahora se me ocurre.
Reconozco que siento una gran alegría porque he tenido la suerte de haber trabajado en la profesión más hermosa que se pueda imaginar, porque durante estos años he podido acompañar a miles de alumnos que me han recompensado con creces mi esfuerzo y dedicación y porque estar durante tanto tiempo al lado de personas tan jóvenes creo que también me ha rejuvenecido.
Sin embargo, no hay duda de que también hay un punto de tristeza, de nostalgia, de pellizco en el corazón porque estoy en el momento que M. A. Santos Guerra denominó el momento de los adioses, de las separaciones. “Hay que preparar el corazón para los adioses. Para recibirlos cuando nos vamos y para darlos cuando alguien se va. Hay que saber encajar los adioses de manera que nos hagan fuertes y sólidos en la vida emocional. Nuestro yo se hace fuerte a fuerza de dar y recibir adioses”. ¡Cómo no estar triste teniendo que dejar a unos compañeros con los que he compartido momentos y situaciones extraordinarios! Pero que no se preocupen, amenazo con ir a verlos al Instituto de vez en cuando a darles envidia y a recordar buenos tiempos y buenos momentos.
Ese punto de tristeza no es sólo por mí, sino también por la situación en la que se encuentra la enseñanza actualmente. No es momento de reproches ni de un análisis exhaustivo, pero me da pena por los miles y miles de maestros y profesores que se dejan la piel y que tienen que soportar un sistema educativo que da bandazos, sin un rumbo fijo. Espero que más pronto que tarde la sociedad y sus representantes sean capaces de dejar a un lado sus diferencias y alcancen un cada vez más imprescindible y necesario pacto por la educación que dure décadas.
A lo largo de mi vida profesional, aunque también he querido aplicarlo a mi vida personal, he intentado seguir los consejos que a menudo nos repetía una profesora de pedagogía. Ella siempre nos decía que ser maestro era el trabajo más importante que una persona podía ejercer. Y para ser un buen maestro teníamos que tener en cuenta tres cosas:
- Trabajar con pasión, con ilusión, con entusiasmo, porque esos sentimientos se trasladan con mucha facilidad a los alumnos, los perciben y se contagian de ellos. Eso impide que se aburran y se motivan sin esfuerzo.
- Ser serios, rigurosos, responsables, competentes y ejemplares en nuestro quehacer diario. No podemos exigir a nuestros alumnos que sean trabajadores, responsables, organizados, puntuales o respetuosos con las normas, si nosotros no damos ejemplo.
- Saber trabajar en equipo, colaborar con los demás. En aquellos años, principios de los 70, era una idea casi revolucionaria, porque lo que se nos decía habitualmente era que «cada maestrillo tiene su librillo» o que el profesor debe tener «libertad de cátedra». No es que estas frases no tengan sentido, pero apuntan a cierto individualismo. Y la mencionada profesora nos animaba a tener la humildad de aprender de nuestros compañeros, de sus buenas prácticas y, al mismo tiempo, la generosidad de compartir nuestras experiencias, ponerlas a su disposición, no guardándolas sólo para nosotros.
No puedo terminar sin mostrar mi profundo agradecimiento a todos mis compañeros, los actuales y los pasados, los de mis primeros años como maestro en La Coruña, en Camariñas, en Dos Hermanas, en Montequinto; a los que compartieron conmigo mi paso por la Consejería de Educación en Torretriana y a los orientadores de Dos Hermanas, grandes profesionales que me enseñaron casi todo lo que sé de orientación. También, como no podía ser de otra manera, agradecer a mis colegas de la red, los que han creado estupendas páginas de Internet, blogs de orientación, twits, facebook, etc., que me han servido de gran ayuda para elaborar este blog.
Y, cómo no, a los excelentes profesores, compañeros, y sin embargo, amigos, en el IES Hermanos Machado. Su paciencia, su dedicación, su profesionalidad, su trato amable y cariñoso conmigo son impagables e inolvidables, me han servido de ejemplo y me han facilitado enormemente mi trabajo. Gracias a todos, de corazón.
Llevo casi un mes despidiéndome. A finales de mayo tuve la fortuna de hablar en el acto de graduación de los estudiantes de segundo de bachillerato y expresarles mi agradecimiento, ya que los alumnos son nuestra razón de ser, sin ellos los profesores no tenemos sentido.
También me despedí de los orientadores de Dos Hermanas, compañeros de fatigas y, a veces, grandes incomprendidos, que tienen que estar demostrando continuamente que son imprescindibles. Claro que lo son, y ellos lo saben.
Y, por último, el jueves pasado, los profesores de mi Instituto nos organizaron, a mi compañera María José y a mí, una cena de jubilación. Aunque aguanté el tipo todo lo que pude fue muy difícil contener la emoción. También hablé allí, pero no pude expresarles lo que realmente sentía. Con estas palabras estoy seguro de que tampoco logro encontrar el tono adecuado. Perdonadme por ello.
Termino un capítulo de mi vida del que, con sus altibajos, me siento orgulloso y en septiembre comenzaré otro, del que espero que también sea rico en experiencias. Hay muchas personas que quieren que continúe escribiendo en este blog, que no lo cierre, que no lo abandone. Pero el blog ya no es mío, es de toda la comunidad educativa del IES Hermanos Machado y si quieren continuarlo, aquí está. Quizás colabore de vez en cuando, no lo sé. No puedo ni quiero prometer nada, ya que nada he planificado, está todo por escribir. Como buen gallego, estoy viviendo siempre en la duda, en la incertidumbre, así que ya veremos qué hago a partir de septiembre. Si me vuelven a preguntar si voy a seguir con estas reflexiones, les contestaré como solemos hacer los de mi tierra: depende.
Vale.
30 de junio de 2015 a las 19:49 |
Es tanto lo que he aprendido en tu blog, José Manuel, que me niego a que pongas el candado. Gracias por todo y disfruta de la jubilación, una nueva fase de tu carrera personal y profesional que te traerá también muchas alegrías. Un abrazo
1 de julio de 2015 a las 8:19 |
Como digo al final del blog, a partir de septiembre me plantearé mi nueva vida. Ahora tengo la sensación de que he comenzado las vacaciones de verano, que nada ha cambiado. Cuando me amolde a la nueva situación y me organice, creo que le seguiré dedicando algún tiempo, aunque sin la continuidad de ahora, a la orientación, a la educación. Me ha dado tanto y son tantas las personas que me animan a seguir, como lo haces tú, que sería injusto no hacerlo.
Gracias y un fuerte abrazo.