Cada cierto tiempo, de manera recurrente, se publican artículos que defienden o atacan la memoria como herramienta imprescindible o, por el contrario secundaria y accesoria, del aprendizaje. En este mismo blog podéis encontrar bastantes entradas que ponen de manifiesto ese debate, como por ejemplo Memoria y aprendizaje, Lo que un docente debe saber sobre la memoria o Estudiar más o estudiar mejor. En todos estos artículos he puesto de manifiesto la necesidad de incorporar de manera constante al proceso de enseñanza-aprendizaje la memoria, aunque nunca he sido partidario de un culto excesivo a la memorización, sobre todo a la que se lleva a cabo sin una reflexión, sin comprensión o sin significación para el estudiante. Prácticamente todas las técnicas de estudio utilizan diferentes estrategias que pretenden «grabar» los conocimientos adquiridos para evitar que el olvido los disperse, se disuelvan en un maremágnum de información que es imposible aprehender en su totalidad. El aprendizaje significativo, aquel que se produce cuando un estudiante incorpora y relaciona la nueva información con la que ya posee y que es el que realmente debe abordarse en las aulas, no está reñido ni mucho menos con la utilización de la memoria.
Hace unos años, no demasiados, la memoria se proscribió de los procesos de aprendizaje, quizás como reacción a pretéritas etapas que la colocaron en el centro mismo de la enseñanza, lo que se denomina aprendizaje memorístico, es decir memorizar párrafos enteros de textos de los que apenas si se entendían uno o dos conceptos, pero que había que repetir sin dejarse una coma. Esa fue la aspiración de muchas generaciones de docentes, sobre todo en los años cuarenta. cincuenta y sesenta del pasado siglo.
Un artículo de José Antonio Marina en El País (con el título que entrecomilla el periódico «Es perverso decir que no hay que aprender las cosas de memoria», ya entramos en el tema) vuelve a sacar a la luz la vieja controversia, que en el fondo no es tanta, porque lo que hace el profesor Marina no es atacar las nuevas tecnologías o la innovación educativa sino defender determinados valores de la escuela tradicional. Señala que «La psicología nos ha jugado una mala pasada con su teoría de la motivación. Pensar que al niño que no está motivado no hay que exigirle nada es un error. Tenemos que enseñarles que habrá cosas que tengan que hacer por obligación sin sentir ninguna motivación». Otra idea es la de que «la memoria es el órgano del aprendizaje», aunque eso no implique que haya que aprender las cosas por repetición.
Como siempre he defendido, hay que dejar hablar a los que saben, por lo que invito a leer el artículo y completarlo, además, con este otro, Aprendizaje y memoria, publicado en INED21 hace un par de años.
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