Sé que me puedo meter en un lío y que quizás me lluevan las críticas, pero la situación actual es tan difícil que no puedo permanecer al margen. Tengo la ventaja, además, de estar jubilado y no tener que enfrentarme a la diaria realidad que se vive ahora mismo en los centros educativos y que me permite ofrecer un punto de vista, no sé si equidistante, pero sí alejado de los excesivos brotes emocionales que se provocan en el contacto cercano.
Me imagino la dificultad de los orientadores en la Cataluña de estos tiempos. Desconozco la realidad in situ, el día a día de su trabajo en el despacho, en las reuniones con sus compañeros y con los estudiantes, la convivencia en las aulas. Supongo que los últimos acontecimientos habrán colocado a unos en un lado y a otros en el contrario, porque todos tenemos ideas políticas que son respetables en un estado de derecho siempre que se atengan a un mínimo de tolerancia y se defiendan con cordura, aunque también se pueden defender con vehemencia y apasionamiento. En toda mi vida como docente he creído que el sentido común, el respeto, el diálogo y la autoridad son los mejores aliados de maestros y profesores y que dan mucho mejores resultados que el autoritarismo, la imposición, el desprecio del otro o la negación de la evidencia.
¿Cómo se puede afrontar en los centros educativos, que no son burbujas impermeables a lo que ocurre a su alrededor, los acontecimientos que como un tsunami están arrasando la convivencia en Cataluña? Desde luego no como los dos profesores del Instituto El Palau, de Sant Andreu de la Barca, que no tuvieron otra ocurrencia que decirle a hijos de guardias civiles “Estarás contento con lo que ha hecho tu padre”. No voy a opinar sobre la actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado el domingo porque este no es el lugar adecuado y mi opinión aquí no interesa. Ni tampoco sobre si hay adoctrinamiento o no ni sobre la presión que, según algunos, se está sufriendo por defender ideas diferentes. Pero lo que nunca se debería permitir es que en un aula un profesor reproche o recrimine a un alumno por lo que han hecho sus padres. Supongo que habrá habido momentos de tensión en los días previos, que las posturas de alumnos y profesores se habrán decantado por una posición o por otra y que habrá habido discusiones y enfrentamientos, pero ¿qué pretendía conseguir ese profesor poniendo en evidencia a uno de sus alumnos delante de la clase por algo que él no había hecho? No sé si será consciente de lo que eso puede provocar no sólo en el alumno afectado sino también en el resto de sus compañeros. En la noticia que se publicó en El País esa actuación se circunscribe sólo a dos o tres profesores, lo cual es de agradecer para evitar que la convivencia se convierta en un infierno.
Y aquí es donde yo veo la dificultad de la labor orientadora. Si yo fuera orientador, y menos mal que no lo soy ahora y en Cataluña, me vería en la obligación de hablar con ese docente porque, además de que supongo que lo hará el equipo directivo para conocer el contexto y su versión, a mí me costaría trabajo permanecer al margen ante una situación tan injusta para el alumno. Y quizás aconsejaría al profesor que, delante de la clase, pidiera disculpas al alumno explicando que su actuación fue debida a la tensión del momento que se vive. Reconocer un error humaniza y, aunque parezca lo contrario, da más autoridad al docente. Por otro lado, el docente debe ayudar a sus alumnos a ser críticos, a luchar contra las injusticias, a defender sus derechos y conocer y cumplir sus obligaciones. Y todo eso está reñido con el adoctrinamiento en las aulas, sea de un lado o del otro. No volvamos a caer en los errores del pasado y en la traumática experiencia que vivieron varias generaciones durante la dictadura.