Está a punto de terminar el primer trimestre. La suerte está echada, los exámenes realizados y las notas a punto de publicarse. Ahora se verán los resultados, que son sólo una marca, un pequeño alto en el camino que nos permitirá reflexionar sobre lo que hemos hecho y lo que debemos hacer para corregir, si es necesario, algunas o muchas cosas. La evaluación es algo mucho más complejo que una nota, que una cifra o una palabra escrita en una hoja. Mientras que la nota es sólo un aviso, una referencia, una marca que intenta reflejar un resumen del trabajo realizado y de los resultados de dicho trabajo, la evaluación se realiza durante todo el proceso de enseñanza y aprendizaje: desde la definición de los objetivos que se pretenden, los indicadores y criterios, los instrumentos de evaluación, la realización de actividades, la recogida de evidencias del aprendizaje de los estudiantes, la toma de decisiones para adecuar todo lo anterior, etc.
De todas formas, no hay mejor evaluador que uno mismo. Cualquier estudiante de ESO, Bachillerato o Universidad, si es sincero y objetivo y no pretende engañarse a sí mismo o a los demás, es capaz de autoevaluarse y de ponerse una nota. Y no sólo en exámenes o controles, sino en su actitud, en su esfuerzo, en su comportamiento. Cuando trabajaba como maestro de EGB y daba clase a estudiantes de 7º y 8º (lo que hoy corresponde a 1º y 2º de ESO), ponía en práctica a menudo la autoevaluación. Primero, ellos mismos corregían los ejercicios de los exámenes y ponían la nota que correspondía siguiendo los criterios que previamente se habían explicado. Al finalizar el trimestre entregaba una hoja a los alumnos que recogía la ponderación de cada uno de los aspectos que se evaluaban: exámenes, controles, actividades de clase, trabajos en grupo, esfuerzo, actitud, comportamiento… Y puedo asegurar que pocas veces diferían sus resultados de los que yo, finalmente, ponía en los boletines de evaluación.
Y ahora entremos en materia, atendiendo al título de esta entrada. Todas las personas que trabajan o estudian, todas, necesitan periodos de descanso, necesitan desconectar de la rutina diaria, cambiar de actividad, lo que ahora se denomina «cambiar el chip». Nadie puede realizar la misma tarea durante días, semanas y meses sin que aparezca el agotamiento, sea físico, mental o ambos al mismo tiempo. Por eso, aquellos estudiantes que han aprovechado el tiempo en clase y han dedicado horas de estudio en casa es preciso, yo diría que es obligatorio, que descansen en las próximas vacaciones de navidad. Eso no significa que cierren los libros el último día de clase y no vuelvan a abrirlos hasta quince días después. Si nos fijamos en los deportistas, por ejemplo, en vacaciones siguen un plan par no perder la forma; eso mismo es lo que tendrían que hacer los estudiantes: no perder la forma y hacer ejercicios suaves.
Otro consejo diferente es para aquellos que «no han dado un palo al agua» o que se han tomado el primer trimestre con excesiva «tranquilidad». Aquí hay que ponerse un poco más serios porque ese derecho al descanso en realidad no se lo han ganado. Tendrán que cambiar el chip también, pero en otro sentido. Quedarán todavía dos trimestres en los que se puede recuperar el tiempo, pero para ello tendrán que gastar las energías que han ahorrado en los meses anteriores y comenzar a reflexionar y a trabajar duro durante las vacaciones. Porque seguramente no estarán cansados y tienen las fuerzas intactas. Así que tendrán que ponerse manos a la obra, planificar bien lo que resta de curso, recuperar parte de lo que han perdido y aprovechar esas dos semanas de vacaciones para hacer lo que en fútbol se llama la pretemporada, es decir, una preparación que les permite afrontar después la liga con las máximas garantías.
Cuando estaba en activo escribí varios artículos sobre este tema, que se pueden encontrar en los siguientes enlaces y que dan algunos pequeños consejos sobre cómo afrontar el trabajo y el descanso en las próximas semanas.
Cómo organizar las vacaciones (y el estudio)