La soledad de los nuevos adolescentes

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Ahora que se cumplen 50 años de la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, parece casi imposible que en la era de la comunicación, de la información en tiempo real, de herramientas como Whatsapp o Skype, tengamos la impresión de que las personas vivimos cada vez más aisladas, más incomunicadas. Aunque no lleguemos al extremo de padecer el Síndrome de Hikikomori que sufren muchos adolescentes hay cada vez más personas que no necesitan salir de sus casas, de sus habitaciones, para interaccionar con sus semejantes. Con un teléfono móvil, un ordenador y acceso a Internet, tenemos todo lo imprescindible para colmar nuestras necesidades de vivir en sociedad. Hace algunas décadas pasábamos mucho tiempo en las sobremesas, con las reuniones de amigos o en tertulias. Necesitábamos el contacto físico y visual, la cercanía, porque esa es la esencia, junto con el lenguaje, de la vida social. Las discusiones interminables, la confrontación de ideas, la capacidad de convencer y ser convencidos mediante la palabra y el gesto ya no son necesarias. Ahora se impone lo que es trending topic, las visitas en Youtube o los seguidores en Instagram, en Twitter o en Facebook. Queremos tener muchos «amigos» y obtener muchos «me gusta» en las publicaciones, porque siempre estamos publicando, reenviando, copiando y pegando y pocas veces pensando. Porque son muy pocos los que crean y piensan y muchos los que copian.

Podemos llegar en muy poco tiempo a cualquier lugar del mundo, podemos hablar con las personas que queremos o con las que trabajamos en tiempo real aunque nos separen miles de kilómetros. Son unas ventajas enormes, pero… En la soledad de la masa, de la habitación familiar o del apartamento alquilado, la distancia ya no importa. Cada vez nos encontramos más a gusto, más cómodos, si nos comunicamos con las nuevas herramientas. Ya no tenemos que fingir alegría, miedo o sorpresa porque no ven nuestros ojos, nuestros rostros. Podemos insultar, desprestigiar o elevar al Olimpo solo pulsando un botón, escribiendo menos de ciento cuarenta caracteres o reenviando mensajes, muchos de los cuales son mentiras, son falsos. Pero no importa, viajan por la red y se multiplican por segundos creando estados de opinión, manipulando conciencias, aniquilando personas u originando conflictos. La inmediatez del mensaje exige respuestas rápidas. Y esa rapidez está enfrentada con la reflexión. Ese es uno de los graves problemas a los que los adultos, y sobre todo los docentes, tienen que hacer frente.

Los adultos, sobre todo aquellos que ya estamos en una edad en la que la curva del tiempo está descendiendo, podemos comparar, podemos elegir cualquier forma de comunicación, con o sin Internet, con o sin Whatsapp, con o sin Twitter o Skype porque hemos nacido y crecido sin móviles, sin ordenadores, casi sin televisión. Y podemos comparar y decidir. Pero nuestros hijos o nuestros nietos no conocen otra forma de relación. Les parece demasiado simple o cutre o antediluviano cualquier tiempo pasado. Quizás alguna música o algún personaje les parezca interesante, pero cada vez menos. Lo virtual se impone a lo real, no siempre, pero cada vez más.

Siempre ha habido enfrentamientos entre generaciones, entre padres e hijos, porque eso es sano, la necesidad de romper vínculos, de salir del cascarón definitivamente. Autonomía y libertad, la gran lucha entre jóvenes y menos jóvenes existe desde el principio de los tiempos. Ahora tenemos que adaptarnos a las nuevas situaciones porque en ello está el futuro de aquellos a los que pasaremos la antorcha. Y la familia, la escuela o el instituto son realmente los garantes de que la sociedad subsista con un mínimo de calidad en las relaciones interpersonales, con una adecuada educación emocional y con el imprescindible contacto social.

Recomiendo la lectura del artículo Whatsapp, los adolescentes y el nuevo no tiempo publicado en Aika Educación en el que se reflexiona sobre todo esto y mucho más.

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